Contigo, Señor, pueden ser santos
todos los días de mi existencia.
Si vivo en tu presencia, si te entrego mi amor,
y pongo mi confianza en tu providencia ilimitada;
si sé pedir perdón cuando te ofendo,
y si a la hora del dolor busco tu rostro
para aprender contigo
lo que es el sufrimiento redentor.
Si aprendo a compartir, Tú estás conmigo;
si en el gozo y el éxito vuelvo a Ti la mirada,
será santa mi vida, porque eso es santidad:
estar siempre contigo, mi Dios; hasta la eternidad.
Vivir y morir contigo es garantía
de la suprema ley de santidad.
Amén
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