Bienaventurada virgen santa Marina, que
para seguir más de cerca al Señor conservaste
la pureza y sufriste por su amor cruel persecución.
Que despreciando los honores y riquezas venciste
los atractivos del mundo y sufriste luego
una culpa ajena manteniendo tu profesión de la Fe.
Ahora que ya recibiste el premio del sacrificio,
y posees una felicidad que nadie puede quitarte,
porque gozas de la presencia de Dios.
Consíguenos de su piedad infinita, la gracia
de amarle sobre todas las cosas, la
fortaleza para sofocar nuestras pasiones y, así,
al final de nuestra vida alcanzar la corona
inmortal que está reservada al siervo fiel.
Amén.
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