¡Oh Madre Consolata!
Sé Tú el consuelo único y perenne 
de la Iglesia a la que amas y proteges.
Consuela a las comunidades cristianas 
en su cotidiano peregrinar de la fe.
Consuela a los llevan en sus vidas, profundas heridas 
por situaciones de opresión, violencia y marginación.
Consuela a todos los que sienten en el corazón 
una ardiente necesidad de amar y ser amados.
Consuela a los jóvenes inmersos en el torbellino 
de falsas opciones que los asfixian y sofocan, 
desorientándolos y desanimándolos.
Consuela a todos los que entregan sus vidas 
para salvaguardar los ideales de la vida.
¡Oh Madre Consolata!
Que tu presencia consoladora nos anime a dar 
testimonio fecundo de nuestra fe, para que podamos 
defender, con coraje y verdad, la dignidad de cada 
ser humano, en la justicia, en la paz y el amor.
 Ayúdanos en la construcción de una sociedad fraterna, 
donde prevalezcan los frutos del Reino de tu Hijo Jesús.
Amén.

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