«Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad.
Un
gran silencio, porque el Rey duerme.
La tierra está temerosa y sobrecogida,
porque Dios se ha dormido en la carne
y ha despertado a los que dormían desde
antiguo [...]
Va a buscar a nuestro primer Padre como si éste fuera la oveja
perdida.
Quiere visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Él,
que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios,
va a librar de sus prisiones y de
sus dolores a Adán y a Eva [...]
Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que
han de nacer de ti me he hecho tu Hijo.
A ti te mando: Despierta, tú que
duermes,
pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo;
levántate de
entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos»
(Antigua homilía sobre
el grande y santo Sábado: PG 43, 440. 452. 461).
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