miércoles, 27 de marzo de 2013

MIERCOLES SANTO: -¿SERÉ YO, MAESTRO?. -TÚ LO HAS DICHO...

 
Al grupo de los más íntimos de Jesús pertenecía Judas, nacido en la aldea de Keriot, un personaje al que la sensibilidad cristiana ha visto siempre como el símbolo por antonomasia de la más horrenda traición. En cuanto a nosotros, también estamos ya habituados a ver al traidor junto a su Maestro. Y quizá, hasta nos hemos forjado una teoría, según la cual junto al héroe glorioso tiene que haber oscuridad, y junto al modelo de santidad consumada debe aparecer el mal. Pero esa teoría no se ajusta a razón, pues en modo alguno es necesario que ante al «Consagrado de Dios» (cf. Lc 4,34) haga acto de presencia la traición. Jamás debió suceder que el Señor fuera vendido por uno de los suyos, uno que pertenecía al grupo de los que él llamaba «sus amigos». Entonces, ¿cómo pudo ocurrir una cosa semejante? ¿Cómo un hombre elegido por el propio Jesús para formar parte del grupo de sus íntimos pudo pensar y actuar de ese modo? Esta pregunta no ha dejado de suscitar continuas discusiones. Entre las respuestas que se han presentado cabe destacar dos, como más pertinentes. Primero, una respuesta popular. Según ella, Judas sintió realmente el llamamiento de Jesús, al que reconoció como el Mesías y, quizá, incluso como el Hijo de Dios. Pero no logró arrancar de su corazón la semilla del mal, sino que permaneció anclado en su avidez y vendió a su Maestro por su desmesurada avaricia. Así surgió la tenebrosa figura del traidor por antonomasia, en cuanto imagen mítica de la maldad. Quizá también contribuyera a esto el deseo de encontrar un culpable del lacerante destino de Jesús, a la vez que esa reprobación ofrecía la posibilidad de descargar en otra persona el sentimiento de la propia culpabilidad... Pero junto a esa respuesta más bien simple –quizá, demasiado–, hay otra mucho más complicada. Según ésta, Judas habría sido una persona muy sensible, bien conocedora de las profundidades más oscuras de la existencia humana. Tenía fe en el Mesías y abrigaba la firme convicción de que éste habría de restablecer el reino de Israel. Pero, al mismo tiempo, percibía en Jesús la sombra de la duda. Así que decidió ponerlo a prueba, incluso en peligro de muerte. Entonces sí que tendría que actuar, empleando todos sus poderes supraterrenos para restablecer la ansiada soberanía... O también, profundizando aún más en la oscura mente del personaje, Judas era consciente de que la redención debería producirse por la muerte del«Consagrado de Dios». Por eso, para que sus hermanos pudieran alcanzar la salvación, asumió él, en su propia persona, el indispensable destino de traicionar a Jesús. Por la salvación de los otros, Judas eligió para sí mismo la infamia y la condenación. Sin embargo, todas esas consideraciones son puras sutilezas especulativas sin fundamento alguno en la Sagrada Escritura. Son, más bien, producto de una filosofía romántica del mal, que contradice al espíritu de la revelación. Por otra parte, tampoco aquella primera consideración –que hemos llamado «respuesta popular»– es exacta, aunque a primera vista pudiera apelar al comentario del apóstol Juan. Es demasiado simple. En la vida, las cosas no suceden así. Por eso, vamos a centrarnos únicamente en los textos, sin añadir más de lo imprescindible para presentarlos en su propia coherencia interna.
 
Romano Guardini

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