¡Oh San Juan de la Cruz!, si pudiese resignarme en mis tribulaciones,
ya que no soy tan generoso como vos en el padecer y ser despreciado.
A vos, pues, que en tantos sufrimientos fuiste siempre paciente,
resignado y gozoso, a vos me encomiendo para que me enseñes
a resignarme en mis muchas penas. Tampoco me faltan fuertes pesares
y pesadas cruces, y muy a menudo cansado y desalentado me quedo...,
me abato..., y caigo. Ten compasión de mí, y ayúdame a llevar con
resignación y gozo mis cruces, con la mirada siempre vuelta al cielo.
Te tomo por protector mío, por mi maestro y mi guía aquí en la tierra,
para ser tu compañero mañana en la patria del Paraíso.
Amén.
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