¡Hoy, Señor, tu sepulcro está vacío y mi fe renace
más viva y más fuerte que nunca!
¡Mi Señor glorioso, has resucitado!
¡Has resucitado y algo nuevo ha cambiado en el mundo
y en mi vida! ¡Te siento más cerca, más vivo, más
íntimamente unido a Ti! ¡Señor, desde hoy, me llamas
a ser discípulo tuyo. Me llamas a no tener miedo.
Cuando aprenda a compartir mis bienes con los
necesitados, sé Señor que has resucitado;
si soy capaz de consolar al amigo o al familiar que sufre,
sé Señor que has resucitado; si respeto a los que tengo
más cerca, sé Señor que has resucitado; si soy capaz
de desprenderme de mis máscaras y de mis egoísmos,
sé Señor que has resucitado; si me comporto ejemplarmente
en mi vida familiar, espiritual, profesional y social, sé Señor
que has resucitado; si soy capaz de no caer una y otra vez
en la misma piedra de mis pecados, sé Señor que has
resucitado; si tengo la generosidad de entregarme a Tí
de corazón, sé Señor que has resucitado; si estoy dispuesto
a dar mi tiempo por los demás, sé Señor que has resucitado;
si soy capaz de mirar la realidad con Tus ojos y no según
mis necesidades, sé Señor que has resucitado; si aprendo
a escucharte cuando me hablas, a ponerme en la disposición
interior del silencio y estar atento a lo que me quieres decir,
sé Señor que has resucitado! ¡Te pido, Señor, que el aleluya
pascual se grabe profundamente en mi corazón, de modo
que no sea una mera palabra sino la expresión de mi misma
vida: mi deseo de alabarte y actuar como un verdadero
«resucitado»! ¡Aleluya, Señor! ¡Aleluya porque te me
presentas en la pulcritud de la vida para convertir mi corazón!
¡Quiero resucitar contigo, Señor, y fijar mi mirada en Ti y en
los que me rodean dando amor, generosidad, entrega,
misericordia, caridad, servicio, paciencia, esperanza…!
¡Quiero resucitar contigo, Señor, para llenar de amor y
humildad mis palabras, mis gestos y mis decisiones!
Amén
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