Te amo, Dios mío, en tus dones. Te amo en mi nada,
porque también en mi nada comprendo tu sabiduría infinita.
Te amo en las múltiples vicisitudes, tan variadas y
extraordinarias, con que has acompañado mi vida.
Te amo en todo, tanto en la tribulación como en la paz,
porque no busco ni he buscado nunca tus consolaciones,
sino que te busco a ti, Dios de las consolaciones.
Amén
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