Haz, Señor, que en la soledad de nuestra vida 
reflexionemos, como san Juan de  Capistrano; 
que asentemos nuestra conducta sobre roca sólida; 
y que la  experiencia propia y ajena nos enseñe a 
renunciar a la actitud del libertinaje y del pecado,  
para abrazar la ley del amor que nos hace santos 
en el trabajo,  en la predicación o en la enfermedad.
 Amén.

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