La vigilia de Navidad nos lleva de la mano hasta la gruta del nacimiento para que en él veamos nuestro propio renacimiento: para que contemplemos y adoremos la gloria oculta del hijo de la Santísima Virgen María.
En esta espera de esperanza de hoy, la Iglesia nos invita al júbilo y a la santidad.
Para compañía, ejemplo y ayuda, la Iglesia pone a nuestro lado a María Inmaculada y no podríamos encontrar más dulce acompañamiento.
Unidos a la ternura de Nuestra Señora, esperamos con impaciencia el momento en que Jesús, Dios eterno e Hijo del Padre, queriendo consagrar el mundo con su venida misericordiosa, nazca, hecho hombre, en Belén de Judá.
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